El 17 de enero de 1966, un bombardero estadounidense B-52 cargado con cuatro bombas termonucleares inició una operación de repostaje en vuelo sobre población civil. Era una maniobra que se realizaba varias veces al
día. La frontera de Turquía con la Unión Soviética se vigilaba con B-52 que partían de EEUU y repostaban, tanto a la ida como a la vuelta, en la vertical de Palomares.
Al acercarse al avión nodriza KC-135, que hacía
las veces de surtidor, algo salió mal. Las aeronaves colisionaron en el aire y sus restos acabaron esparcidos en cientos de hectáreas. Poco antes, las bombas se desprendieron.
Debido al accidente, restos del B-52 y el KC-135 cayeron sobre Palomares y Vera milagrosamente sin herir a nadie. A pesar de ser temporada de recogida de tomates, al ser
fiesta en la pedanía, los hombres y mujeres no estaban en los campos. Pudo haber sido una masacre.
Pese el pánico de ver el cielo caer sobre sus cabezas, el mayor riesgo para los habitantes de Palomares estaba por llegar. Un elemento invisible y volátil que
transportaban las bombas en su interior y que, en caso de liberarse, suponía un altísimo riesgo de desarrollo de cáncer si era inhalado.
Una vez organizado el traslado de los cuerpos y los heridos, todos estadounidenses, el asunto principal fue encontrar las bombas. Contenían algunos de los grandes secretos
de la industria armamentística de EEUU. Debían localizarlas a cualquier coste. Se activó la operación Flecha Rota. Se peinó la zona. Tres de las bombas fueron encontradas en cuestión de horas. La cuarta, no.
BOMBA 1
Localizada la noche del 17 de enero, día del accidente, en el lecho seco del río Almanzora.
Al este de Palomares, 300 m de la costa.
Despliegue correcto del paracaídas primario.
Trasladada al día siguiente en helicóptero a la Base de San Javier (Murcia) y de ahí en avión a Torrejón de Ardoz (Madrid).
BOMBA 2
Localizada a las 9:30 a.m. del 18 de enero.
Nulo despliegue del paracaídas.
El artefacto aceleró hacia la tierra y cayó junto al cementerio, a 1,7 kilómetros al oeste del núcleo urbano.
Cráter tras el impacto: 6,6 metros de diámetro y dos metros de profundidad.
Se produjo detonación del explosivo convencional, fuego y dispersión del material en forma de aerosol a través de un pequeño valle.
Fragmentación seguida de oxidación del Uranio y Plutonio, material fisionable, que se diseminó en forma de óxidos.
BOMBA 3
Localizada a las 11:00 a.m. del 18 de enero.
Despliegue parcial del paracaídas, que resultó dañado.
Impacto cerca de un grupo de viviendas.
Cráter tras el impacto: 6 metros de diámetro y un metro de profundidad.
Se cree que explosionó alrededor del 10% del explosivo químico.
Oxidación y dispersoón del material de Uranio y Plutonio.
BOMBA 4
Localizada el 7 de abril, 80 días después del accidente, a 8 kilómetros mar adentro.
Despliegue completo del paracaídas. Recuperada intacta.
Cayó en el Mar Mediterráneo.
El doctor Wright Langham estaba en Washington cuando le informaron del accidente. Salió directo hacia España. Langham era conocido como “Míster Plutonio” por ser pionero en el estudio de este isótopo, que no había
dudado en inyectar a personas sanas para estudiar su reacción. Una vez que se supo que las bombas habían liberado parte de su peligroso contenido, para Langham, Palomares se convirtió en una oportunidad irrepetible de estudiar el efecto
del plutonio en población, suelo y cosechas reales. Medirían los niveles en la orina y la sangre de las personas, en los animales, en las cosechas. También en el aire.
El sistema de medición establecido desde entonces debió servir para alertar a tiempo de los cambios en la contaminación en el aire cuando esta se disparó en los años ochenta. No fue así. Solo un motivo levantó la losa sobre uno de los
mayores secretos de Estado silenciado durante años primero por el franquismo y después por los diferentes gobiernos de la democracia: el turismo y el ladrillo.
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Según declaró el propio Langham en una conferencia secreta celebrada un año después del accidente: “Cuando acercábamos un contador alfa a las enredaderas (de tomates) nos daba lecturas de hasta 20.000 cuentas por
minuto. Se recogieron los tomates y se dejaron a los lados del camino”. Aquello equivalía a dejar sin ingresos a la pedanía en el peor momento. EEUU ofreció rápidamente indemnizar. Pero con sus normas.
También se iniciaron rápidamente las mediciones en los habitantes de Palomares. Algunas de ellas mostraron alta posiblidad de contaminación interna. Durante décadas, nunca les facilitaron los resultados. Cuando lo
hicieron, los documentos fueron entregados plagados de errores, incluido en muchos casos la fecha de nacimiento, lo que se consideró por los afectados una maniobra intencionada.
En los ochenta días que se tardó en recuperar la cuarta bomba, la que había caído al mar, los soldados estadounidenses fueron amontonando los restos de los aviones, de suelo contaminado y cosechas y los dejaron al
aire libre, contribuyendo a la dispersión de la contaminación por efecto del fuerte viento. Los estadounidenses pidieron permiso al Gobierno español para enterrar todo aquello y, antes de tener respuesta, empezaron a cavar una enorme
zanja.
Los españoles llevaron a geólogos, hidrogeólogos, estaban preocupados por la posible filtración de la radiactividad al agua. Pidieron que la zanja se revistiese con asfalto, un forjado de hormigón, una valla. Ante
aquellas exigencias, EEUU optó por sacar parte del material de España. 4.810 barriles cargados con material contaminado fueron subidos a un carguero y acabaron en Savannah River. El resto, se enterró en dos zanjas de las que no se entregó
ubicación al Gobierno español que, con los años, les perdió la pista.
España tuvo un as en la manga para exigir que el accidente y sus consecuencias se tratasen bajo legislación española, un acuerdo secreto firmado en 1964 y desvelado por DATADISTA. Pero también tenía una prioridad
de la que EEUU ha sabido sacar ventaja durante décadas: turismo, turismo y turismo.
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El control de la dictadura y el efecto de la propaganda, concentrado en el baño de Fraga, mantuvieron a raya las protestas sociales por la opacidad ante un accidente nuclear en población civil.
Pero a principios de 1967, al cumplirse un año del accidente, dos hechos estuvieron a punto de hacer saltar todo por los aires: EEUU no había pagado unas indemnizaciones justas, ni siquiera a los dueños de las
tierras donde se instalaron las tiendas del campamento Wilson, y empiezan a organizarse protestas…
…y las pruebas a los habitantes de Palomares mostraban que podía haber contaminación interna en algunas personas. Había que diseñar un plan para trasladarlos a Madrid y realizarles nuevas pruebas cuando más hartos
estaban de exigir los resultados de las muestras de ellos y de sus hijos, incluso a Franco por carta.
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